Don Enrique que reinará en Castilla y León como cuarto de los de su nombre, nació en Valladolid el 5 de enero de 1425. Los significativos claroscuros que jalonan su reinado y su comportamiento, han propiciado que, para muchos, sea considerado como un rey atípico -la antítesis del buen rey medieval- y un hombre desafortunado. Quienes mejor le conocieron fomentaron sus debilidades sirviéndose de ellas para beneficiarse ilícitamente y aquellos que sólo juzgaron su conducta pública, sin conocer su intimidad doliente, lo vituperaron con excesiva crueldad. Su proverbial tendencia al aislamiento representa un intento por desconectarse de un mundo con el que nunca sintonizó, porque no supo descifrar las claves para entenderlo, ni los que le rodeaban le facilitaron la menor ayuda. Si, como generalmente se considera, la muerte es un fiel reflejo de como se ha vivido, la de Enrique IV es una dolorosa y dramática verificación de este aserto. Su último intento de aislarse en los bosques del Prado, recreándose con la contemplación de la naturaleza y la única compañía de los animales salvajes, se frustró con su muerte, acontecida en Madrid el 11 de diciembre de 1474.